El Niño y los Cadejos

    By Storybird

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    19 Sep, 2023

    En un pueblo al pie de una montaña encantada vivía un niño llamado Miguel. Siempre había sido un niño curioso y aventurero, pero lo que más le intrigaba eran las historias de los cadejos que protegían el pueblo.

    Los cadejos eran criaturas míticas, mitad perro y mitad espíritu, que servían como protectores del pueblo y de la montaña encantada. Nunca nadie los había visto, pero Miguel estaba decidido a cambiar eso.

    Intrigado, Miguel comenzó a recorrer los senderos de la montaña, buscando pistas que lo llevaran a los cadejos. Llevaba consigo un bastón, un sombrero y una cuaderno para anotar sus descubrimientos.

    Durante días, Miguel buscó en cada rincón de la montaña. Las cuevas, los arroyos, los bosques; no quedó piedra sin mover. Sin embargo, de los cadejos no había ni rastro.

    Una tarde, mientras exploraba un antiguo sendero, Miguel tropezó y cayó. Al levantarse, vio una pequeña cueva oculta entre la maleza. La curiosidad le picó y decidió entrar.

    La cueva era oscura y húmeda, pero a Miguel no le importó. Alumbró con una linterna que traía en su mochila y continuó avanzando. Poco a poco, la cueva se fue haciendo más grande y luminosa.

    Finalmente, llegó a una sala iluminada por una luz misteriosa. Al centro, había una gran estatua de un cadejo. El corazón de Miguel latió de emoción. Estaba cerca.

    Miguel se acercó a la estatua y se dio cuenta de que había algo inscrito en la base. Con dificultad, logró descifrar las palabras: "Para encontrar a los cadejos, debes demostrar tu valor".

    Miguel pensó en lo que había leído. ¿Cómo podía demostrar su valor? ¿Qué debía hacer? No tenía respuestas, pero sabía que debía continuar. Tenía una misión que cumplir.

    En los días siguientes, Miguel se preparó. Aprendió sobre la flora y la fauna de la montaña, estudió mapas y leyendas. Estaba listo para demostrar su valentía y encontrar a los cadejos.

    Fue una noche sin luna cuando Miguel decidió que era el momento. Con su mochila llena de provisiones, se adentró nuevamente en la cueva. Estaba decidido a demostrar su valor.

    En la sala de la estatua, Miguel se acercó a la base nuevamente. Esta vez, no eran palabras lo que veía inscrito, sino un mapa. Era el camino que debía seguir para encontrar a los cadejos.

    Miguel siguió el mapa hasta un pasaje secreto detrás de la estatua. Era un camino estrecho y oscuro, pero no vaciló. Se adentró en la oscuridad, guiado solo por su valentía y determinación.

    Después de caminar durante lo que parecían horas, Miguel llegó a una puerta de piedra. Sin pensarlo mucho, la empujó y entró. Se encontró con una vista asombrosa.

    Era un claro en medio de la montaña. A la luz de las estrellas, Miguel pudo ver a los cadejos. Eran majestuosos, misteriosos y sobrenaturales, tal como había imaginado.

    Sin miedo, Miguel se acercó a los cadejos. Sabía que había demostrado su valor y que ellos no le harían daño. Se sentó junto a ellos y comenzó a conversar, como si fueran viejos amigos.

    Miguel pasó la noche con los cadejos, aprendiendo sobre ellos y su papel en la protección de la montaña y el pueblo. Fue una noche mágica e inolvidable.

    Al amanecer, Miguel se despidió de los cadejos. Prometió mantener su secreto y ayudarles en su labor de proteger la montaña. Los cadejos asintieron y desaparecieron, dejando a Miguel solo en el claro.

    Miguel volvió al pueblo con una sonrisa en su rostro. Tenía una nueva misión y un secreto que guardar. Estaba feliz y satisfecho. Había encontrado a los cadejos y había demostrado su valor.

    A partir de ese día, Miguel se convirtió en el guardián de la montaña y de los cadejos. Aseguró que la montaña estuviera protegida y respetada, tal como los cadejos lo habían hecho por siglos.

    Cuando los demás niños le preguntaban sobre sus aventuras, Miguel sonreía y contaba historias sin revelar el verdadero secreto. Su coraje y determinación se hicieron legendarios en el pueblo.

    Con el tiempo, Miguel creció y se convirtió en el líder del pueblo. Siguió protegiendo la montaña y a los cadejos, aunque estos ya no se dejaban ver. Solo él conocía su verdadera existencia.

    A pesar de los años, Miguel nunca olvidó la noche en que encontró a los cadejos. Fue la noche que definió su vida y la del pueblo. Fue la noche en que se convirtió en el niño y los cadejos.

    Miguel siempre recordó el amor y el respeto que los cadejos tenían por la montaña y el pueblo. Esa fue la lección más importante que aprendió de ellos y que nunca olvidó.

    Hasta el día de hoy, el legado de Miguel y los cadejos perdura. El pueblo sigue prosperando a los pies de la montaña encantada, protegido por el coraje y la determinación de un niño que una vez buscó y encontró a los cadejos.

    Y aunque los Cadejos ya no se vean, se siente su presencia. Cada vez que el viento susurra a través de los árboles, cada vez que el sol brilla sobre la montaña, se sabe que están allí, velando por todos.

    Miguel, aunque ya mayor, todavía recorre la montaña, siempre vigilante, siempre protector. Su espíritu aventurero nunca se desvaneció y su valor sigue siendo una inspiración para todos los niños del pueblo.

    La historia de Miguel y los cadejos es un recordatorio de que la valentía no tiene edad y que la curiosidad puede llevarnos a descubrimientos extraordinarios. Es una leyenda viva, tanto como Miguel y los cadejos que protegen el pueblo y la montaña encantada.

    Así, la montaña sigue siendo un lugar de encanto y misterio. Los niños del pueblo continúan contando las historias de Miguel y los cadejos, inspirados por su valentía y inspirados para proteger su hogar tal como él lo hizo.

    Y si alguna vez visitas ese pueblo al pie de la montaña encantada, y escuchas el viento susurrar entre los árboles, recuerda la historia del niño y los cadejos. Recuerda a Miguel, el valiente protector de la montaña y sus míticos protectores.