Pinocho corría y saltaba por el campo, jugando con sus amigos. Rodeado de risas y alegría, parecía el niño más feliz del mundo.

Pero a pesar de su risa y alegría, algo en el corazón de Pinocho no estaba bien. Algo le dolía, algo se había roto dentro de él.

Pinocho regresó a casa, su corazón todavía dolía. Miró a su alrededor, a su casa llena de juguetes y diversión, pero sin sus amigos, se sentía solo.

Para distraerse, Pinocho decidió jugar con los dados. Los tiró una y otra vez, pero el vacío en su corazón seguía allí.

Pinocho miró por la ventana, el cielo estaba lleno de estrellas. Pensó en sus amigos y en cómo se sentía su corazón roto.

Decidió que tenía que hacer algo para sentirse mejor. Así que, Pinocho decidió hacer un guiso de fideos, su comida favorita.

Pinocho comenzó a cocinar su guiso, cortando los vegetales y añadiendo los fideos. El aroma llenaba la casa, haciéndola sentir más acogedora.

Mientras cocinaba, Pinocho pensó en sus amigos y en los buenos momentos que habían compartido. Aunque se sentía triste, también se sintió agradecido por tener amigos tan maravillosos.

Pinocho se sentó a comer su guiso, cada bocado le recordaba a los buenos momentos que había compartido con sus amigos.

A medida que comía, Pinocho comenzó a sentirse mejor. El sabor de los fideos, el calor de la cocina, todo le recordaba que no estaba solo.

Después de cenar, Pinocho se acostó en su cama, mirando la luna por la ventana. Aunque todavía se sentía un poco triste, también se sentía más tranquilo.

Pinocho se dio cuenta de que, aunque su corazón estuviera roto, todavía podía encontrar alegría en las pequeñas cosas. Y con esa lección, Pinocho se durmió, soñando con un nuevo día lleno de diversión y risas.