El Hombre Pálido se presentó en la puerta de la casa, con una falsa sonrisa en su rostro y una historia falsa en sus labios.

Elvira, siempre la más amable, invitó al hombre a entrar, mientras Carmen observaba con recelo.

El Hombre Pálido agradeció su hospitalidad, ocultando su verdadera intención bajo su piel pálida y su amable sonrisa.

Mientras Elvira preparaba una cama para el hombre, Carmen lo observaba con sospecha, su instinto le decía que algo no estaba bien.

Durante la noche, El Hombre Pálido empezó a moverse sigilosamente por la casa, buscando objetos de valor.

Carmen, incapaz de dormir, decidió bajar a la sala y se encontró con el hombre registrando sus pertenencias.

Carmen, valiente y decidida, enfrentó al hombre, exigiéndole que se fuera de su casa.

Despertada por los ruidos, Elvira bajó y se horrorizó al ver al hombre pálido con sus joyas en la mano.

Las mujeres, unidas y fuertes, lograron echar al Hombre Pálido, quien huyó dejando atrás las joyas robadas.

Carmen y Elvira se abrazaron, aliviadas y orgullosas de haberse defendido y protegido su hogar.

A la mañana siguiente, las mujeres contaron su historia a la policía, quienes prometieron buscar al Hombre Pálido.

A pesar de la experiencia, Elvira y Carmen se sentían más fuertes y unidas que nunca. Sabían que juntas podían enfrentar cualquier desafío.