The Wrath of War

    By LENIN

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    25 Jul, 2023

    En la cima del Monte Olimpo, se encontraba el más temido de todos los dioses, Ares, el dios de la guerra. Este ser poderoso y temible despertaba miedo tanto en los mortales como en los inmortales.

    Los mitos cuentan que Ares era hijo de Zeus y Hera, nacido de su amor pero también de su conflicto. Desde que era un niño, Ares demostró un amor insaciable por el combate, con una fuerza sin igual y un deseo imparable de conquista.

    Con el tiempo, Ares se convirtió en un guerrero invencible, liderando batallas sin precedentes y guiando a los mortales hacia la victoria o la derrota. Los humanos temían a Ares, y lo adoraban, esperando obtener su favor en tiempos de guerra.

    Los dioses del Olimpo también temían a Ares. Su ira era incontenible y cuando estallaba, no había quien pudiera detenerlo. Incluso su padre, Zeus, rey de los dioses, tenía precaución cuando trataba con Ares.

    Pero Ares no estaba solo. Tenía a su lado a su hermana Eris, la diosa de la discordia, y a su amante Afrodita, la diosa del amor. Juntos formaban un triunvirato de emociones intensas: guerra, conflicto y amor.

    Los humanos veían a Ares como un dios de doble filo. Puede que los guiara a la victoria, pero también podría causar su perdición. Ares era un dios de destrucción y caos, pero también un dios de coraje y fortaleza.

    Los dioses, por otro lado, veían a Ares como un hermano descontrolado. La mayoría prefería mantenerse alejado de él, temiendo su ira e intensidad. Solo Afrodita, la diosa del amor, parecía ser capaz de calmar su ferocidad.

    A pesar de todo, Ares cumplía un papel importante en el Olimpo. Era el dios que mantenía el equilibrio, que demostraba que incluso los dioses tenían sus límites y que el poder y la fuerza no siempre llevaban a la victoria.

    Ares era también un recordatorio para los humanos y los dioses de que la guerra no debía ser tomada a la ligera. Que cada batalla tenía un precio y que el valor y el honor eran tan importantes como la victoria.

    La fuerza de Ares era innegable, pero no era invencible. Su imprudencia y su ira a menudo le causaban problemas y le llevaban a enfrentarse con otros dioses. Ares era temido, pero también respetado, por su poder y su determinación.

    Los humanos se preguntaban si Ares realmente disfrutaba de la guerra, o si simplemente cumplía con su papel como dios. A pesar de su temible reputación, Ares también era conocido por su compasión hacia los guerreros caídos, demostrando que incluso el dios de la guerra tenía un lado más humano.

    Pero no todo en la vida de Ares eran batallas y conflictos. Había momentos en los que el dios de la guerra mostraba una cara diferente, un aspecto de su ser que sorprendía a los demás.

    En tiempos de paz, Ares se convertía en un dios melancólico, absorto en sus pensamientos y reflexiones. Parecía añorar la emoción y el fragor del combate, como si la ausencia de guerra le dejara un vacío difícil de llenar.

    A pesar de su naturaleza belicosa, Ares también era un protector. Valoraba la bravura y el honor, y se preocupaba por aquellos que demostraban ambos en el campo de batalla. Ares era un dios justo, que recompensaba el valor y castigaba la cobardía.

    Al igual que los humanos, los dioses del Olimpo tenían sus propias luchas internas y conflictos. Y aunque preferían mantenerse al margen de la ira de Ares, también necesitaban su fuerza y coraje en tiempos de crisis.

    Ares ha inspirado a innumerables guerreros y héroes a lo largo de la historia. Su nombre era un grito de guerra, un símbolo de coraje y determinación. Los humanos se esforzaban por obtener su favor, esperando que su presencia les otorgara la victoria.

    Sin embargo, era el respeto lo que los mortales le daban a Ares. Sabían que la guerra era un camino peligroso y que no todos los que lo emprendían regresaban. Respetaban a Ares, no por miedo, sino por su honestidad y justicia.

    Para Ares, la guerra no era sólo una lucha física, sino también una prueba de carácter. Valoraba la estrategia y la inteligencia tanto como la fuerza y la habilidad. Y aunque era temido, también era respetado por su visión justa de la guerra.

    Ares, el dios de la guerra, sigue siendo un personaje fascinante y complejo. Temido por los hombres y los dioses por igual, también es un recordatorio de que la guerra tiene un precio y que el valor y el honor son tan importantes como la victoria.

    Y aunque los tiempos han cambiado, las lecciones que Ares nos enseña siguen siendo relevantes. Nos recuerda que el coraje y la determinación son valiosos, y que la guerra debe ser la última opción, no la primera.

    Ares continúa siendo un dios de contradicciones: violento pero justo, temido pero respetado. En sus historias, vemos reflejadas nuestros propios miedos y deseos, nuestra lucha constante entre la paz y el conflicto.

    Aunque Ares es temido, también es admirado. A través de él, comprendemos que todos, incluso los dioses, tienen sus luchas internas. Ares nos muestra que la verdadera fortaleza no radica en la violencia, sino en la capacidad de enfrentarse a los propios miedos.

    En la antigüedad, los humanos le rendían homenaje a Ares en la víspera de las batallas, esperando su protección y guía. Hoy, recordamos a Ares como el dios de la guerra, un ser de fuerza inmensa y temor reverencial.

    Pero a pesar de su reputación temible, Ares es mucho más que el dios de la guerra. Es un símbolo de la lucha interna, un recordatorio de que incluso los más fuertes tienen sus batallas que luchar.

    Al final, la historia de Ares es la nuestra. Nos enseña sobre la importancia del coraje, la estrategia y la honestidad. Nos recuerda que aunque la guerra puede ser una parte de la vida, la paz es siempre el objetivo final.

    Ares, el dios de la guerra, es un personaje que será recordado por siempre. Su legado perdura en la historia, en las batallas que hemos luchado y en las que aún están por venir. Su nombre evoca miedo, pero también respeto y admiración.

    Y aunque Ares puede ser temido, también nos enseña una poderosa lección: que el verdadero coraje no viene de la fuerza física, sino de la valentía para enfrentar nuestros miedos y luchar por lo que creemos. Y esa es una lección que vale la pena recordar.