En medio del bosque, un grupo de niños se reúne alrededor de una caja misteriosa. Dentro, brillan libros con portadas llenas de colores y dibujos asombrosos. El aire huele a tierra y flores frescas, y el canto de los pájaros acompaña la curiosidad de los pequeños.
Lucía, la niña más curiosa, toma el libro más grande, con un dragón azul en la portada. Mateo elige uno con una selva y animales sonrientes.
"¡Miren cuántos dibujos! Parece que los personajes van a saltar de las páginas," exclama Lucía mientras pasa las hojas llenas de colores.
Mateo señala un dibujo de un león que parece rugir desde la página. Sofía, la más pequeña, se ríe cuando ve una rana con sombrero saltando sobre un nenúfar.
"¡Podemos inventar la historia solo con mirar los dibujos!", dice Mateo, y todos asienten emocionados.
Las ilustraciones se vuelven puertas a mundos mágicos: montañas de caramelos, castillos voladores y mares llenos de peces de colores. Los niños inventan diálogos y resuelven misterios, usando su imaginación para llenar los espacios donde hay poco texto.
"¡El dragón quiere una amiga! ¿Quién será valiente para hablar con él?", propone Sofía, y todos participan en la historia.
Sentados juntos, comentan lo mucho que aprendieron solo mirando y leyendo pocas palabras. Descubren que las imágenes les ayudaron a imaginar y crear historias propias, y que la lectura puede ser tan divertida como un juego.
"Creo que cada dibujo es una puerta a una nueva aventura," dice Lucía, abrazando su libro favorito.
Mientras caminan por el sendero de regreso a casa, el bosque parece susurrarles nuevas ideas para la próxima vez. Las últimas luces del sol doran las hojas, y la caja de libros queda lista para recibir a más soñadores.
"La próxima vez, ¡invitemos a más amigos para que imaginen con nosotros!", dice Mateo, y todos aplauden la idea, sabiendo que la magia de la lectura apenas comienza.