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    El Niño de las Estrellas Fugaces

    Luis se levantó de su cama con un brillo de emoción en sus ojos. Con cuidado, tomó su frasco de cristal y salió al jardín. Sus pies descalzos sentían el frío del suelo, pero no le importaba. Hoy era un día especial. Hoy juntarían suficiente rocío para crear una estrella fugaz.
    Emi, su amiga de cabello rizado y sonrisa contagiosa, lo esperaba en la entrada del campo. "¡Luis! Espero que esta vez logremos ver una estrella de verdad," exclamó con entusiasmo. "Estoy seguro de que lo haremos, Emi," respondió Luis mientras agitaba su frasco en el aire, haciendo tintinear las gotas de rocío contra el cristal.
    Luis y Emi se agacharon, recogiendo con delicadeza cada gota que encontraban. Emi se detuvo un momento para observar una mariposa que revoloteaba cerca. "Es como si el campo entero estuviera vivo," dijo con admiración. "Y nosotros estamos aquí para capturar su magia," añadió Luis, sonriendo.
    Emi miró hacia el cielo, su expresión llena de esperanza. "Es hora," murmuró Luis, destapando el frasco. "¿Crees que funcionará?" preguntó Emi, sosteniendo la mano de su amigo. "Sólo tenemos que reír, Emi. Nuestra risa es la chispa," aseguró él, apretando su mano con confianza.
    Las risas de Luis y Emi resonaron en la noche. De repente, una estrella fugaz cruzó el firmamento, dejando una estela de luz que parecía conectar la tierra con el cielo. "¡Lo logramos, Luis! ¡Mira!" gritó Emi, señalando emocionada. Luis no podía dejar de sonreír, su corazón lleno de una felicidad indescriptible. "Siempre supe que podíamos hacerlo," susurró.
    Emi se recostó sobre la hierba, mirando las estrellas con una nueva perspectiva. "Hay un mundo entero allá arriba que no conocemos," comentó. "Y ahora, somos parte de él," respondió Luis, sintiendo una conexión profunda con el universo. El secreto celestial que habían descubierto sería su tesoro compartido, un recuerdo que los uniría para siempre.