De la cueva de Pacaritambo, símbolo del renacimiento tras la destrucción, emergen ocho figuras envueltas en túnicas coloridas. Son los cuatro hermanos Ayar —Ayar Manco, Ayar Cachi, Ayar Uchu y Ayar Auca— y sus esposas —Mama Ocllo, Mama Huaco, Mama Cora, Mama Raua—, todos hijos del Sol. El aire vibra con la promesa de un nuevo comienzo, y el tapac-yauri, el bastón de oro, brilla en manos de Ayar Manco.
"Debemos hallar la tierra elegida por nuestro padre, el Sol. Solo allí florecerá el gran imperio," proclama solemne, mientras sus hermanos y hermanas asienten con respeto y esperanza.
A medida que avanzan, los pueblos de los Andes reciben noticias de su llegada. Sin embargo, la fuerza descomunal de Ayar Cachi, quien derriba cerros con su honda, siembra terror. Los hermanos empiezan a temer que su arrogancia destruya la misión encomendada por los dioses.
"Hermano, tu poder es peligroso. Debemos actuar antes de que perdamos el favor del Sol y de los hombres," susurra Ayar Uchu en una noche de luna llena, mientras las sombras bailan en las paredes de una caverna.
Con engaños, los hermanos convencen a Ayar Cachi de volver a la cueva para buscar objetos sagrados. Apenas entra, el sirviente Tampu-Chacay sella la entrada con una roca inmensa. Dentro, Ayar Cachi grita y golpea la piedra en vano.
"¡Hermanos traidores! ¡Desde la oscuridad, mi maldición caerá sobre ustedes y sus descendientes!" ruge, su voz resonando eternamente en el interior de la montaña.
Al acercarse al ídolo, una fuerza invisible atrapa a Ayar Uchu. De pronto, su cuerpo se endurece y se convierte en piedra, mientras su espíritu flota entre sus hermanos, protegiéndolos desde el más allá.
"No teman, Ayar Uchu sigue con nosotros. Su sacrificio nos guiará," dice Mama Ocllo, arrodillada ante el ídolo, mientras los demás sienten una mezcla de tristeza y veneración.
Solo Ayar Manco permanece humano. La responsabilidad pesa sobre sus hombros, pero la determinación brilla en sus ojos. Toma el tapac-yauri y guía al grupo hacia el norte, siguiendo el mandato solar.
"No descansaremos hasta cumplir la voluntad del Sol y hallar el lugar donde nuestro pueblo prosperará," declara, mientras el viento sopla entre los pajonales y las estrellas empiezan a brillar.
Ayar Manco y Mama Ocllo comprenden que han llegado al destino elegido. Juntos fundan la ciudad del Cuzco, centro del futuro imperio. Ayar Manco, ahora Manco Cápac, enseña la agricultura y la organización, mientras Mama Ocllo transmite el arte del tejido y el cuidado del hogar.
"Aquí florecerán la sabiduría y el orden, bajo la bendición de nuestro padre, el Sol," proclama, y la tierra vibra bajo los primeros pasos del pueblo inca.
La historia de los hermanos Ayar se transmite de generación en generación, como símbolo de sacrificio, transformación y liderazgo. Cada uno representa una fuerza esencial: el poder que debe ser contenido, el sacrificio necesario, la protección espiritual y la guía sabia. Así, el pueblo inca crece, siempre bajo la mirada protectora del Sol y la memoria de sus míticos fundadores.